lunes, 25 de febrero de 2013

El aula incubadora


El maltrato familiar y el ‘matoneo’ escolar podrían ser afrontados si se tomara la educación como un asunto nacional de prioridad inaplazable. (Pero esto no aparece en ninguna locomotora).

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Por: Ana María Cano Posada

Aunque un personaje como Shakira habla de educación ante altas esferas, no surge otro que lidere este debate aquí, donde sólo importa la fiebre del momento, sin atender al síntoma de fondo ni llegar al origen de la enfermedad.
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Si salen las universidades en los medios de comunicación es por disturbios. Si se informa sobre un colegio es porque ocurrió algún delito. Así en las últimas semanas se encendieron las alarmas por un niño en Itagüí, que murió después de ser golpeado por sus compañeros, y por tres niñas en Facatativá, que protagonizaron un drama mediático en que presuntamente querían envenenar a su maestra; algo que luego fue desmentido. La realidad que se registra en el mundo escolar son armas en las aulas, ambientes cercados por rejas, uso de castigos físicos y alumnos que viven entre amenazas, abusos y ‘matoneo’ por medios virtuales y a través de teléfonos celulares. Una pesadilla, este drama educativo en Colombia.

El Estado parece rebasado para atender lo que destapa tanto el maltrato escolar como el familiar. Hasta combos y bandas se encargan de hacer un dispositivo ‘formativo’ a su manera para desactivar la repulsión natural a la violencia e instalar uno en el que ella se vuelve funcional. Instituciones educativas del calado de la Universidad de Antioquia padecen un cerco al tener aliados al micronarcotráfico con los encapuchados, que suplantan la educación y siembran terror en el campus.
Esta situación límite de violencia escolar que vivimos ha sido medida en Colombia por expertos como Enrique Chaux, quien ha encontrado un 29% de los niños estudiantes víctimas de acoso en las aulas. Brutal cifra. Se incuba allí la incapacidad de construir sociedad. Si bien no podemos compararnos con el 40% de ‘matoneo’ que hay en México ni otros altos porcentajes en América Latina, termina comprobándose que toda violencia se genera en este pequeño laboratorio en el que el abuso y la humillación sobre otro terminan consagrando en delincuente al abusador y también al abusado que después toma venganza. La manera de generar nuevos conflictos es incubando iras, intolerancias, segregación, en el ambiente donde tendríamos que encontrar el espacio de aprendizaje para la convivencia. William Ospina objeta que hayamos aceptado una educación que produce operarios, orientada sólo al éxito económico. Así se desaprovecha el único antídoto posible al conflicto: la educación, la autoconciencia y la autonomía.
La recomendación dada por los expertos para combatir la violencia escolar y familiar es crear, dentro de las instituciones educativas, organismos de convivencia que puedan trabajar con los propios protagonistas de las agresiones. Hacer pues la vacuna donde está naciendo y expresándose el maltrato, como el encontrado en Facatativá, en Itagüí y en tantos salones de clase donde el desamparo de un estudiante sin papás presentes o con papás abusivos y con compañeros montadores, servirían para atacar el mal donde nace, la violencia todavía en su germen, antes de ser una delincuencia certificada.
Puede haber una clave en El gato bandido de Rafael Pombo, el primer ‘matoneador’ descrito magistralmente por nuestro centenario escritor: “Michín dijo a su mamá: ‘Voy a volverme Pateta, y el que a impedirlo se meta en el acto morirá...’”. La moraleja del personaje es un poco perversa, porque sólo al encontrar uno más bandido que él pudo arrepentirse de serlo.

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